El nivel de actividad y la tasa de
crecimiento están en el centro de la discusión económica. Sin embargo, nivel de
actividad “positivo” y crecimiento no son lo mismo. En otras palabras, el PBI puede registrar una variación anual
positiva, pero puedo no haber crecimiento. Esta última afirmación no debe
sorprender, ya que es lo que Argentina ha experimentado durante los últimos 6
años. Los años impares el nivel de actividad experimenta variaciones positivas,
pero el PBI permanece estancado y no hay crecimiento.
El gobierno estima y proyecta variaciones
positivas de +3,5% (2017) y +3,0% (próximos años) del PBI. Según el escenario proyectado por el gobierno cabe preguntarse: ¿Hay que descontar un escenario a futuro en
el cuál Argentina vuelve al sendero del crecimiento económico? Contestar
esta pregunta es relevante. ¿Por qué? Porque si volver al sendero del
crecimiento es una oportunidad para las empresas que tendrían la posibilidad de
ganar más dinero a futuro. En este marco, si se volviera a crecer, las empresas
deberían invertir para estar preparadas para producir más en el futuro. Por el contrario, si fuera poco probable
volver a crecer, las empresas deberían asumir planes de negocios cautelosos,
tendientes más a “cuidar” y maximizar lo que “ya se tiene” en lugar de encarar
planes expansivos.
De acuerdo con nuestra visión, es muy prematuro descontar para los
próximos años un escenario de crecimiento económico. Una cosa es nivel de
actividad, y otra cosa muy diferente es crecimiento económico. El nivel de actividad es una foto,
mientras que el crecimiento económico es una película.
El nivel de actividad relaciona el actual
nivel de producción (bienes y servicios) con la capacidad de producción
potencial. En este marco, cuanto más se produzca y más cerca se esté de la
plena utilización de la capacidad instalada, mejor será el nivel de actividad.
Por el contrario, el crecimiento económico es
una película, ya que es un concepto que se relaciona con el largo plazo. Una economía crece si y sólo si aumenta su
capacidad de producción en forma sostenida a lo largo del tiempo. Una
economía crece “de verdad” si se acumula capital (maquinarias) de manera que se
incremente la relación capital / trabajo (mano de obra). El aumento de la
proporción capital / trabajo mejora la productividad y “crea” puestos de
trabajo, empujando hacia el alza la tasa de actividad y el empleo dentro de la
fuerza laboral. Crece la oferta agregada, mejoran los salarios y se expande la
demanda agregada.
Justamente, el problema es que el proceso de
crecimiento económico (arriba descripto) está abortado hace años en Argentina. En Argentina el proceso de crecimiento está
abortado porque en nuestro país se invierte menos de lo necesario, y lo que se
invierte se invierte mal. La insuficiencia de la inversión es fácil de
apreciar observando la relación IBIF/PBI que para Argentina (15%) se encuentra
8 puntos porcentuales por debajo del promedio de la región (23%).
La mala inversión
es aquella que no aumenta la productividad total de los factores. En otras palabras, la mala
inversión es la que no aumenta el rendimiento ni del capital (máquinas), ni del
trabajo (mano de obra). La mala inversión queda claramente visualizada con un
ejemplo. Una empresa o una industria que se vio obligada a comprar un generador
eléctrico a fuel oil porque le
cortaban la luz, invirtió disminuyendo su productividad sin aumentar su
capacidad de producción un ápice (inclusive puede haberla disminuido).
Es esta mala (y poca) inversión la que atenta
contra el crecimiento de una economía. ¿Por qué? Porque si la inversión es
“mala” (y poca) ni el rendimiento (productividad) del capital ni del trabajo
aumentan y en consecuencia la capacidad de producción de una economía no
aumenta, reduciendo la tasa de crecimiento potencial.
De hecho, estos es lo que ha pasado en
Argentina durante los últimos años. En
2004/2008 se invirtió más y mejor. Con un Estado menor que no ahogaba al
sector privado, las firmas invertían más y mejor, propiciando aumentos
relativos del stock de capital y de la productividad. La economía crecía, la
capacidad de producción aumentaba y se generaba empleo con mejoras salariales.
Por el contrario, a partir de 2009 comenzó a tener lugar un creciente
sobredimensionamiento del sector público que ahogó en forma progresiva al
sector privado, impactando negativamente sobre los niveles de inversión y
el crecimiento. La inversión privada, que es más productiva, cayó y fue
sustituida por gasto público que es ineficiente y de baja calidad, lo cual
terminó desplomando la productividad y retrotrayendo la capacidad de
crecimiento y el PBI potencial. En este escenario, el PBI se estancó, se dejó
de el empleo privado y en consecuencia el poder adquisitivo del salario sólo
pudo caer.
El sobredimensionamiento
del Estado es la explicación detrás de la falta de crecimiento económico. Este sobredimensionamiento del
Estado atenta contra la inversión y el crecimiento económico vía dos canales:
i) ahoga a las empresas no dejándolas hacer negocios y ganar dinero y ii)
atenta contra el ahorro y el financiamiento de la inversión.
El primer canal es fácil de explicar y
entender. En palabras sencillas, pocos
van a arriesgar a invertir si gran parte del producido se “lo lleva” el Estado,
y en consecuencia la rentabilidad es baja con relación al riesgo.
El segundo canal es más complejo de
visualizar. Nadie duda que para comenzar a crecer “en serio”, la economía necesita
mucha más inversión que potencie la productividad y la capacidad de generación
de empleo. Para volver a crecer
sostenidamente con generación de empleo genuino, la relación IBIF/PBI debería
aumentar (por lo menos) entre 6 y 8 puntos porcentuales.
La inversión privada se financia con la suma
de ahorro privado, más ahorro o desahorro estatal. La inversión privada, y por
ende el potencial crecimiento, la potencial generación de empleo y el poder
adquisitivo del salario dependen positivamente del ahorro y negativamente del
déficit fiscal.
I + G = S + T
I = S + (T-G)
I = S – Deficit Fiscal
I: inversión privada.
G: gasto público
S: ahorro
T: impuestos
Sin embargo, con el actual tamaño del Estado Argentino muy difícilmente la inversión
crezca todo lo que se necesita para que nuestra economía retorne en forma
sostenida a un sendero de crecimiento todos los años.
En este marco, a mayor Estado, más déficit fiscal, menos ahorro, menos (y más caro)
financiamiento, más baja inversión, menor productividad, ausencia de creación
de empleo, peores salarios y falta de crecimiento económico. Resumiendo, la mala política fiscal es la que sumergió
a nuestro país en el estancamiento económico con falta de creación de empleo. Los números son contundentes en este
sentido.
El ahorro nacional (Formación
Bruta de capital fijo + Variación de Existencias) como proporción del PBI
comenzó a caer a partir de 2008, cuando se rompió el equilibrio fiscal en un
marco de gasto público y presión tributaria crecientes. Mayores impuestos
acompañados por crecimiento exponencial del gasto y déficit fiscal implicaron
que el ahorro nacional se desplomó sostenidamente, cayendo desde 19% (2007/2008);
17,2% (2011) y +14.8% (2016).
De hecho, de no haber estallado el tamaño del Estado y no haberse provocado el desborde
fiscal en el cual se encuentra actualmente nuestra economía, el ahorro nacional
rondaría 22% del PBI ubicándose en línea con el promedio de la región (+22%).
La diferencia entre este ahorro “potencial” y lo efectivamente observado se
sitúa en aproximadamente +7.2p.p. del PBI que está en línea con el déficit
financiero (nación + provincias).
En otras palabras, este sobredimensionamiento del Estado y su
mala política fiscal, que implica elevado desahorro público (déficit fiscal) e
insuficiente ahorro disponible para financiar inversión, impacta negativamente
en forma directo (indirecta) sobre el crecimiento (generación de empleo).
El impacto negativo sobre el
crecimiento se observa en el estancamiento económico que se experimenta hace
seis años; aun cuando durante los años impares (2011; 2013; 2015 y 2017) se
logran variaciones positivas del PBI inflando artificialmente la demanda agregada
con políticas expansivas. De hecho, la falta de sustentabilidad de estos
procesos se evidencia los años pares (2012; 2014; 2016 y ¿2018?) cuando el
sistema macroeconómico ajusta hacia la baja (ver gráfico 1).
Si no hay crecimiento por poco y mala inversión, tampoco hay
generación de puestos de trabajo genuinos. En este sentido, una
simulación contra fáctica permite estimar que sin el desborde fiscal que “erosionó” el ahorro nacional, los
niveles de inversión habrían sido los necesarios para que la economía
continuara creciendo en línea con una tendencia de +3.4% promedio anual. En
este escenario potencial, el producto habría cerrado (877.374 millones)
un +25% por encima de su nivel efectivamente observado (704.313 millones).
Esta pérdida de crecimiento por sobre
dimensión del Estado caída del ahorro y la inversión tuvo un costo de 737.700
(11,3%) puestos de trabajo privados registrados que se dejaron de crear entre
2009 y 2016.
En síntesis, con la actual sobre dimensión del Estado no
estarían dadas las condiciones para que se dispare un proceso de inversión
suficiente para que la economía comience a crecer en forma sostenida en torno
al 3% anual durante los próximos años.
¿Estamos condenados a no poder crecer
sostenidamente? Hay chances de crecer sostenidamente. Desde un lado positivo,
hay que resaltar que hay señales a seguir para visualizar cómo evolucionan
chances de crecer (o no) sostenidamente. Si luego de las elecciones, se percibe
un cambio de fondo y un achicamiento creíble y sostenible del Estado a lo largo
del tiempo, las chances de crecer en forma sostenida aumentan. En este sentido,
se necesitan señales concretas de reducción del gasto, de la presión tributaria
y del déficit. Por el contrario, si nada de esto último se vislumbra, dichas
chances se terminan esfumando.