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martes, 4 de septiembre de 2018

La última bala de plata (Cronista 3 de Septiembre 2018)




Un día antes del cierre de agosto, el dólar minorista superó los $40, registrando una suba de +112% en lo que va del año. Paralelamente, en los restantes países de la región el dólar subió entre 10 y 100 veces menos que en Argentina en 2018. La excepción es Brasil, en dónde el dólar tan sólo aumentó 5 veces menos que en nuestro país: Brasil +26,4%; Uruguay +11,1%; Chile +8,4%; Perú +1,6% y Colombia +0,5%; etc. Paralelamente, el diferencial de riesgo país entre Argentina y el promedio de la región saltó de +190 pb a +530pb en los últimos 8 meses.

Esta asimetría entre Argentina y sus países vecinos pone en evidencia que la corrida contra el peso y contra los activos argentinos se debe casi exclusivamente a factores domésticos, y muy poco al escenario internacional. Nos va mal porque hacemos las cosas muy mal; no le echemos la culpa a nadie. Los números muestran una verdad irrefutable: políticas fiscales y monetarias más sustentables generan mejores fundamentos macro, dando lugar (por un lado) a una moneda doméstica más estable y fuerte, y (por el otro) a un menor costo de capital (riesgo país).

En este marco y teniendo en cuenta que las políticas fiscal y monetaria de Argentina son pésimas y las de menor calidad en la región, a nadie le puede sorprender que tengamos la moneda más débil y el mayor riesgo país (costo de capital) de la región. Por consiguiente, tampoco puede sorprender que también tengamos la economía real con la peor performance de la región. Si a la moneda y a la esfera financiera les va mal; no puede haber inversión, productividad, creación de puestos de trabajo y crecimiento; tampoco salarios que no caigan.

Para tener (sólo) chances de detener la actual corrida cambiaria y vencer al actual derrotero macro, hay que atacar sí o sí la madre de todos los problemas: la política fiscal. Sin embargo, ya no alcanza con anunciar un ajuste fiscal porque es tarde. No es lo mismo hacer las cosas con convencimiento y en el momento adecuado, que tarde, a los apurones y, sobre todo, porque te dieron (el mercado) un garrotazo en la cabeza.

Primero, no se logran los mismos resultados. Segundo y más importante, sin credibilidad ni confianza, lo más probable es que los cambios no lleven al resultado esperado. Peor aún, sin credibilidad ni confianza, los cambios pueden llevar al resultado opuesto del procurado. Es más, sin credibilidad ni confianza, hacer las cosas tarde termina siendo parecido a no haberlas hecho nunca. O peor aún, las cosas hechas tarde y mal pueden terminar acelerando el escenario negativo. 

La clave es empezar por intentar regenerar credibilidad y confianza. La credibilidad y confianza no se obtienen con magia, por el contrario, hay que ganársela, y para eso hay que convencer al público. En este sentido, se necesitan cambios de fondo con cirugía mayor.

Argentina debe hacer un ajuste fiscal de más de 5 puntos porcentuales del PBI cuanto antes, ya que se necesita (como mínimo) un superávit primario de +2,5% para que nuestra deuda sea sustentable (pagable) en el tiempo, y así poder volver a los mercados financieros internacionales y no depender del prestamista de última instancia (FMI). Hay que entender que sin FMI entraríamos en default. A su vez, sin cambios de fondo y cirugía mayor, cuando los dólares del FMI se acaben entraremos en default.

El gobierno de Cambiemos, a esta altura del partido y por propia mala praxis, no puede hacer este ajuste de 5 puntos del PBI que se necesita. ¿Por qué? Porque nunca quiso hacerlo, y en su lugar aplicó la receta del fracaso (cantado) gradualista que nos trajo hasta este punto límite, en el cual ya no se puede hacer lo que se necesita hacer para crecer, sino que hay que rezar y conformarse con tener éxito en estabilizar la macroeconomía, y sólo sentar las bases para que el próximo gobierno termine de hacer lo que hay que hacer. La agenda de las reformas estructurales, la inversión, la productividad, el crecimiento y el empleo será para el próximo gobierno.  

Al gobierno no le queda otra que ir hacia la segunda mejor alternativa (second best): bajar el gasto lo que sea necesario para ir “ya” hacia el equilibrio fiscal primario, única alternativa para tener chances (no certezas) de parar el actual derrotero cambiario y macroeconómico. No alcanza con anuncios, debe haber credibilidad. Si la gente no cree en los cambios, dichos cambios continuarán fracasando y el derrotero macroeconómico proseguirá en el tiempo.

Se necesita cirugía mayor para que los cambios sean creíbles, generar credibilidad y confianza; lo cual es indispensable para sentar las bases de un proceso de estabilización que permita crear las condiciones para que el dólar baje, la inflación disminuya, estabilizar la macro y el nivel de actividad tenga chances de repuntar más adelante en 2019.  

¿Qué cirugía mayor se necesita? El gobierno debería “dar vuelta” todos aquellos factores que alimentan el escepticismo y pesimismo de los agentes económicos. Primero y principal, se debería dar de baja toda la actual Jefatura de Gabinete. No debería quedar ninguna de sus tres cabezas en ningún puesto de la administración nacional.

En este marco, no es una señal positiva que el actual Jefe de Gabinete quede ocupando su lugar, porque muestra que el señor presidente de la Nación no ha entendido el origen del problema, ni cuáles deben ser las soluciones de fondo. Jefatura de Gabinete es el padre intelectual del gradualismo fiscal, de su fuerte endeudamiento, de la actual pérdida del crédito internacional y también de los pésimos resultados macroeconómicos: estanflación recargada.

Segundo, se debería reducir la cantidad de ministerios de 23 a 8. Esta reducción debería implicar, por lo menos, una vuelta atrás con toda las secretarías, subsecretarías y direcciones creadas por este gobierno (25% más que CFK). Sin una fuerte reducción de “ravioles” es cosmética, marketing, pero no cirugía de fondo que ataque el centro de la enfermedad.

Se necesita un solo ministerio de economía que diagrame toda la política macroeconómica dentro de un esquema de equilibrio general (no parcial) e inter temporal, analizando y cuantificando todos los impactos directos, indirectos y cruzados, tanto en el corto como en el mediano y largo plazo. Energía, Transporte, Producción; Agroindustria son varias de las carteras que deberían quedar debajo de la órbita del nuevo ministro de Economía. Cuantos más (menos) queden debajo del nuevo ministro de economía mejor (peor). Si estas cuatro carteras siguen siendo ministerios, el nuevo Ministro de Economía tiene más marketing que realidad.

La reducción de la cantidad de ministerios es fundamental para que pueda haber cambios de nombres y haya chances de recrear reputación, credibilidad y confianza; o sea para que haya resultados positivos. Sin cambios de nombres, muy difícilmente haya reputación, credibilidad y confianza. Es poco probable que el mercado crea en un ajuste fiscal diagramado y ejecutado por los funcionarios que no sólo siempre hicieron del gradualismo su estandarte, sino que también se negaron a cualquier ajuste fiscal mientras hubo financiamiento.

El ajuste fiscal debería estar construido exclusivamente sobre la baja del gasto, y nada sobre la suba de impuestos, o eliminación de las bajas impositivas ya acordadas. En el mediano y largo plazo el ajuste vía más presión tributaria se volverá más recesivo que el ajuste vía reducción del gasto. Es más, un ajuste vía impuestos podría generar el efecto contrario al procurado, es decir, podría deteriorar aún más la credibilidad y confianza, constituyéndose en todo un riesgo económico/político. Es más, pensamos que sería positivo que alguna figura de la oposición se incorporara al nuevo gabinete. Esta figura de la oposición en el gabinete podría dar credibilidad al ajuste fiscal trabajando en favor de su aprobación en el Congreso.

En resumen, en la medida que los anuncios involucren cambiar absolutamente todos los nombres de Jefatura de Gabinete, con cambios de fondo en el organigrama ministerial y nuevos nombres, con un Ministerio de Economía fuerte que englobe Energía; Transporte; Producción y Agroindustria y un programa fiscal con inmediato equilibrio primario basado (principalmente) en una baja creíble del gasto, más chances habrá de regenerar credibilidad, confianza y estabilizar la macroeconomía. En este escenario, el dólar debería bajar y la inflación desacelerarse dentro de algunos meses.

Por el contrario, si los anuncios involucran pocos cambios de fondo y son más de lo mismo, menos chances de revertir la situación habría. Por ejemplo, si el gobierno anunciara más dinero del FMI y equilibrio fiscal, pero omitiendo fuertes cambios de organigrama y nombres, los anuncios no serían creíbles, y en consecuencia los agentes económicos seguirían descontando malos resultados; y la profecía auto cumplida continuaría dándose. En este marco, la economía no se estabilizaría, el dólar seguiría sin techo y la inflación continuaría acelerándose, mientras que la caída del nivel de actividad se profundizaría. En pocas palabras, la falta de credibilidad y confianza juegan un rol negativo trascendental.  La falta de confianza y credibilidad no sólo es acumulativa, sino que tiene efecto potenciado.  Se necesita sí o sí cirugía mayor. En breve nos daremos cuentas si el presidente lo ha entendido.

La Agenda del próximo gobierno (Cronista 23/8/2018)


https://www.cronista.com/columnistas/La-agenda-del-proximo-gobierno-20180822-0090.html


Esta nota está pensada para la próxima administración, sea cual fuese su camiseta. El actual gobierno de Cambiemos no cambió nada de lo que era imprescindible cambiar para volver a crecer, ganar productividad, generar empleo, mejorar salarios y bajar la pobreza. Ya no lo hará. En este contexto, la pregunta relevante es: ¿El próximo gobierno de qué tiene que ocuparse, de dónde arrancará y qué tiene que hacer?

¿De qué hay que ocuparse? El próximo gobierno deberá ocuparse de lo más importante: el crecimiento económico. Robert Lucas Jr. (premio Nobel 1987) dijo “Las consecuencias del crecimiento económico sobre el bienestar humano son tan estremecedoras que resulta imposible pensar en otra cosa”. La teoría de la convergencia y los datos lo avalan. La convergencia sostiene que los países de menores ingresos per cápita crecen más rápido que los más desarrollados hasta alcanzarlos (catch up). A mayor crecimiento, más mejora la calidad de vida en los países menos desarrollados; y esta convergencia se da a un ritmo cada vez mayor. A nivel global, los países menos desarrollados aumentaron su peso relativo en el PBI mundial de 40% (1950) a 60% (hoy) y con mejora en la distribución del ingreso (Gini bajó de 0,7 a 0,5). Es decir, a mayor crecimiento, mejor distribución del ingreso.

Argentina tiene la peor performance en crecimiento económico. Asumiendo (tal vez pecando de optimismo) que el comportamiento macroeconómico 2018/2019 es similar al de los bienios 2012/2013; 2014/2015 y 2016/2017; descontamos que el nivel de actividad rebotaría en 2019 (+2,2%) luego de caer en 2018 (-1,5%). En este escenario, la tasa de variación del PBI promediaría +0,4% anual entre 2012 y 2019. El PBI per cápita de 2019 sería -2,5% (2015); -6,5% (2011) y -0,8 (2008) menor que 4; 8 y 11 años atrás.

En pocas palabras, los números no sólo avalan que Cambiemos no sólo no cambió nada, sino que profundizó lo “malo” que viene pasando hace décadas. Argentina cada vez va más a contramano de la región, por eso el bienestar aumenta en los países vecinos, pero se deteriora en Argentina. La tasa de crecimiento del PBI p/ cápita se acelera en la región y se desploma en Argentina. En la región (datos del BM en dólares constantes de 2010) se aceleró sucesivamente: +1,9% (1980-2017); +2,4% (1998-2017) y +2,9% (2011-2017). Al mismo tiempo, en Argentina decae: +0,8% (1980-2017), +1,1% (1998-2017) y +0,0% (2011-2017).

La gravedad de la dinámica macroeconómica argentina queda en evidencia con el siguiente ejercicio. Dejando de lado las implicancias de la convergencia y asumiendo que todos los países continúan a futuro con sus dinámicas de 2012/2017, Argentina sería uno de los países más pobres de la región en sólo un par de décadas. En 2025 el PBI p/cápita promedio de la región (sin Argentina, Brasil y Venezuela) sería mayor que el de Argentina (usd9600 constantes de 2010). En 2028 el PBI p/cápita de Chile (usd19.274 constantes de 2010) duplicaría al argentino (usd9.460 constantes de 2010). En 2040 el pbi p/cápita de Paraguay (usd9.037 constantes de 2010) sobrepasaría al pbi p/cápita de Argentina (usd8.695 constantes de 2010). 



En este marco, los ciudadanos en general y los políticos en particular tenemos que comprender que hay que encarar, sí o sí, un conjunto de reformas estructurales que nos saque del actual sendero de empobrecimiento. El crecimiento económico exige reformas estructurales. Y no será nada sencillo. Por el contrario, el próximo gobierno deberá arrancar desde muy abajo.

¿De dónde arrancaremos en 2020? El próximo gobierno no tendrá margen para gradualismos, ya que la situación macroeconómica será más complicada y difícil que a comienzos de 2016. Las reformas estructurales deberán ser puestas en práctica rápidamente y, en la medida de lo posible, lo más juntas posibles. ¿Por qué? Porque en un marco de menor pbi per cápita, inversión insuficiente, falta de creación de empleo, mayor desempleo, más inflación y pobreza, no sobrará espacio para que el mundo financie (preste) un lento y prolongado proceso de reformas estructurales.

Hay que considerar que Argentina ha recibido financiamiento por usd100.000 MM netos en 2016/2019, pero (como contrapartida) no ha hecho ninguna reforma estructural. A fines de 2019 la relación deuda/PBI ascendería a 69%, +17 p.p. superior a la de fines de 2015 (52%). Con este nivel de endeudamiento y en un mundo con menor liquidez, queda claro que el financiamiento para Argentina no será ni abundante, ni barato a partir de 2020. Otra nueva pesada herencia que se acumula sobre las anteriores pesadas herencias.

¿Cuáles son las reformas estructurales que hay que hacer? La discusión de fondo en Argentina tiene que ser cuánto y dónde achicar el Estado para desahogar al sector privado, permitiéndole hacer negocios y ganar dinero; punto de partida esencial para que haya inversión, acumulación de capital, productividad, creación de empleo y crecimiento económico “en serio”.

Cómo primer paso, el próximo gobierno deberá encarar reformas estructurales que le permitan alcanzar en forma inmediata un superávit primario de 2% del PBI en su primer año de mandato (2020). Un superávit primario de 2% del PBI es imprescindible para que la deuda pública del SPN sea intertemporalmente solvente y tener financiamiento voluntario internacional más barato. En otras palabras, se necesita un 2% de superávit primario para dejar de depender del FMI.  

Por el contrario, si se prosigue con el actual esquema gradual, que baja el déficit primario -1p.p. por año, es probable (no seguro) que no se pueda volver a los mercados voluntarios de deuda y se siga dependiendo del FMI. Sin acceso a los mercados y aun asumiendo refinanciamiento de Letes, se necesitaría otro paquete adicional del FMI para cerrar el Programa Financiero 2020/2023. 

No obstante, hay que tener en claro que alcanzar un superávit primario de +2,0% del pbi es sólo el primer paso de una larga caminata de reformas estructurales. El gran desafío del próximo gobierno será aplicar reformas estructurales que bajen fuerte y rápidamente el déficit fiscal financiero, eliminando impuestos y bajando la presión tributaria, lo cual implica bajar más el gasto público. No se necesitan pequeños ajustes, sino grandes correcciones.

El próximo gobierno deberá hacer reformas estructurales que conlleven a una importante reducción de las regulaciones (hay 69.000), ajuste del gasto, baja de la presión impositiva y eliminación de impuestos (hay 97), haciendo converger todo hacia los estándares de la región en un plan preestablecido y plurianual que debería durar sus cuatro años de mandato.

Argentina tiene un gasto público +14 p.p. más elevado que el promedio de la región, y una presión tributaria +10p.p. mayor al promedio de los países vecinos. Nuestro déficit fiscal triplica prácticamente al promedio de la región, lo cual conduce a costo de capital (tasa de interés) y e inflación récords; ambos letales para el ahorro, la inversión y el crecimiento. En este escenario, no debe sorprender que el ahorro y la inversión se ubiquen en torno al 14%/15% del producto, es decir, -8p.p. por debajo del promedio de la región; quedando claro porqué los países vecinos prosperan mientras nosotros nos empobrecemos. Hay un solo camino de salida: encarar grandes reformas estructurales.

Los ciudadanos tenemos un rol fundamental, porque podemos no sólo elegir apoyar, sino también exigir todas estas reformas. Nuestros hijos y nietos lo agradecerán. Por el contrario, podemos optar proseguir con un Estado que no podemos financiar, pero no será gratis, tenemos que tener en claro que esta elección nuestra implicará menos crecimiento y empleo, peores salarios y empobrecimiento. Nuestros hijos y nietos no nacidos pagarán la cuenta de nuestra elección.