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jueves, 27 de abril de 2017

Derribando 6 Mitos de la Política actual del BCRA

Según el Indec (IPC CABA), la inflación de marzo fue 2,4% (2,9%), acumulando 6,3% (7,1%) en IT’17. La inflación promedio mensual ascendió a 2,1% (Indec) y 2,3% (CABA) en IT’17, lo que implica 27,7% y 31,6% en términos anualizados. En pocas palabras, la inflación observada está por “arriba” de la meta de inflación en todas sus mediciones (mensual, trimestral y anual).

Sin embargo, la inflación núcleo (sin regulados) fue el dato clave. De acuerdo con las palabras de su propio presidente, el BCRA terminó de decidir subir la suba de tasa con el dato de inflación núcleo, que tanto para marzo ’17 (+1,8%) como para el primer trimestre (+5,1%), se ubica por encima de la línea de la meta. En este marco y en línea con un esquema de metas de inflación, el Central subió la tasa de referencia 150 bps (de 24,75% a 26,25%) para que la inflación converja hacia el techo de la meta (17%/12%) hacia diciembre 2017.

Paralelamente, el BCRA anunció que comprará los dólares de deuda de Hacienda, intentando subir el peso de las reservas de 10% al 15% del PBI, lo que equivaldría comprar alrededor de usd25.000 millones, con lo cual el stock de reservas treparía desde los actuales usd49,000 a usd74.000 millones.

En este marco surgen seis preguntas a contestar:

i)                    ¿El BCRA se equivocó subiendo la tasa de interés?
ii)                   ¿No se enfría la economía ajustando la política monetaria?
iii)                 ¿La tasa de interés está alta y hay bicicleta financiera asegurada?
iv)                 ¿Sirve relajar la meta de inflación para crecer más?
v)                   ¿Se puede cumplir la meta de inflación?
vi)                 ¿El Banco Central sale a comprar dólares para subir el tipo de cambio?

¿El BCRA se equivocó subiendo la tasa de interés?

En el mundo “normal” se sabe y por ende no se discute que “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno estrictamente monetario”. En consecuencia, todos reconocen que la política monetaria es la única herramienta idónea para combatir la inflación.

Hay un solo camino para bajar la inflación: endurecer la política monetaria. Si la política monetaria se conduce moviendo la tasa de interés (metas de inflación), no queda otra que subir la tasa de interés. Si por el contrario, la política monetaria se condujera partir de la cantidad de dinero, no quedaría otra que emitir menos o incluso reducir la cantidad de dinero. Pero este último no es el caso argentino. La política del BCRA se conduce en base a Metas de Inflación.

El BCRA no sólo no se equivocó a la hora de subir la tasa, sino que hizo lo que tenía que hacer. En el marco de metas de Inflación y con las expectativas y la inflación observada claramente por encima del objetivo, no hay duda que la tasa debía ser ajustada al alza. Así, de modo consistente, el BCRA subió la tasa de referencia para los pases +150 (de 24,75% a 26,25%) e incrementó la tasa para las LEBACs a 28 días hasta 24,25%.


Sin embargo y a pesar de haber actuado correctamente, el BCRA recibe fuertes críticas y no sorprende, Argentina no es normal. Los datos muestran que entre 1942 y 2016 la emisión monetaria (174%) y la inflación (170%) crecieron al mismo promedio anual y que en la hiperinflación de 1989 dicha igualdad se mantuvo (emisión al 5.169% e inflación al 4.923%); pero los economistas argentinos siguen negando el origen monetario de la inflación. Paralelamente, la mayoría de los colegas desprecia la enseñanza de la Economía Monetaria y descree del rol de la política monetaria como instrumento de la política económica; ergo sólo cabe esperar críticas (erróneas).


¿No se enfría la economía ajustando la política monetaria?

Muchos economistas sostienen (equivocadamente) que el endurecimiento de la política monetaria enfriará el nivel de actividad económica. Esta visión está basada en la Curva de Phillips-Lipsey-Samuelson y Solow, que plantea que un poquito más de inflación fomenta la actividad y el empleo. Simétricamente, un poquito menos de inflación enfría la actividad y atenta contra el empleo. Sin embargo, este enfoque no es válido siempre y bajo cualquier circunstancia.

La política monetaria expansiva (contractiva) incentiva (enfría) la actividad y el empleo sólo cuando los agentes económicos no forman expectativas o se equivocan permanentemente al formularlas. Justamente esto pasó en 2005/2008. Sin memoria inflacionaria y con INDEC intervenido, las expectativas de inflación no eran correctas y en consecuencia la política monetaria expansiva generó efectos reales positivos (actividad, empleo y salarios). Néstor Kirchner lo usufructuó.

Sin embargo, hace años que las expectativas son formuladas correctamente y por ende la expansión de la cantidad de dinero o la baja artificial de la tasa de interés no logran incrementar el nivel de actividad y empleo; es decir el dinero pasó a ser neutral. En este marco actual en el cual las  expectativas son las correctas, un relajamiento de la política monetaria sólo genera más inflación, pero no impulsa ni la actividad ni el empleo. De hecho, es lo que pasó en 2012/2015 cuando la política monetaria expansiva nos condujo al estancamiento del PBI real y del empleo privado, la caída del PBI per cápita, la aceleración de la inflación y la reducción del salario real. 


En resumen, con expectativas correctamente formuladas, el endurecimiento de la política monetaria  no afectará negativamente ni el nivel de actividad, ni el empleo; pero sí logrará bajar la inflación.

¿La tasa de interés está alta y hay bicicleta financiera asegurada?

Los economistas críticos del BCRA también argumentan que la tasa de interés está alta. En este sentido, argumentan que hay que bajar la tasa para estimular el nivel de actividad y el empleo. Sin embargo, como explicamos más arriba, la anemia de actividad y la falta de creación de empleo no se resuelven bajando la tasa.

La falta de crecimiento y la pobre generación de empleo no son un problema que emana del nivel de tasa de interés, sino que son  consecuencia de la mala política fiscal, que ahoga al sector privado impidiéndole hacer negocios y ganar dinero. En este marco, el sector privado no invierte, no expande sus posibilidades de producción y no crea nuevos puestos de trabajo. Sin mejora de productividad y sin aumentos de demanda en el mercado laboral, el salario real se contrae y el consumo se resiente.

De esta manera, la baja de tasa no reactivará la economía. La vuelta al sendero del crecimiento con mejoras sustentables del empleo y del salario no es un problema de tasa de interés, ni de políticas monetaria, sino que se resuelve sólo mejorando la política fiscal, es decir bajando el déficit fiscal con reducción de impuestos y gastos. 

Pero además, hay que aclarar dos puntos adicionales con respecto a la tasa de interés. Primero, la tasa de interés no está alta. Segundo,  la supuesta bicicleta financiera implícita en su actual nivel tampoco está asegurada; sino que implica sumir riesgos de tipo de cambio.

La tasa de interés no está alta, porque  la tasa de referencia del Central (26,25%) no sólo coincide con la tasa de arbitraje (Lebac + Bonar 2019), sino que está entre 1,5 p.p. (27,7%) y 5,3 p.p. (31,6%) por debajo de la actual inflación anualizada.

¿Por qué no está asegurada la “bicicleta”? Porque para no tener riesgos, el inversor debería cubrir (hedge) su posición en pesos a tasa doméstica (LEBACs) comprando dólar futuro. Y justamente, la compra de ese dólar futuro se “come” toda la tasa en pesos local como consecuencia de la pendiente con la que un futuro de moneda opera respecto a su valor spot. Nadie ofrece un hedge gratis, en este caso, el costo de la protección cambiaria precisamente, sería toda la tasa devengada por la LEBAC. No hay “bicicleta” asegurada.

Por el contrario, para que haya “bicileta” financiera tiene que haber sí o sí riesgo, es decir se puede ganar o perder; son las reglas del juego. El inversor debe compra una Lebac sin protección cambiaria, en este caso, su retorno final en dólares será conocido sólo cuando expire esta letra del BCRA y venda todos los pesos y compre los dólares al tipo de cambio spot vigente a dicha fecha.

¿Sirve relajar la meta de inflación para crecer más?

Como si todo lo anterior fuera poco, estos economistas adoradores de la Curva de Phillips-Lipsey-Samuelson y Solow sostienen que el BCRA debe subir su meta de inflación al 22%/25% anual de manera de lograr más y mejor coordinación entre la política fiscal y la política monetaria.

Sin lugar a duda, la coordinación entre la política fiscal y la política monetaria es fundamental.  También es cierto que nuestra salud macroeconómica necesita que haya una mejora en la coordinación fiscal – monetaria. Sin embargo, dicha coordinación puede mejorarse a través de dos caminos; uno virtuoso y otro vicioso. Mejorando la política fiscal para aproximarla más a la política monetaria (virtuoso) o bajando la calidad de la política monetaria para acercarla a la política fiscal.

La política monetaria debe ser contractiva para bajar la inflación. Y la política fiscal debe desahogar al sector privado, bajando déficit e impuestos, para incentivar la inversión, el empleo y el nivel de actividad. En este marco, el actual diseño de política monetaria (fiscal) es correcto (incorrecto).
Por consiguiente, una mejor coordinación virtuosa entre ambos tipos de políticas se logra manteniendo la actual política monetaria, pero cambiando la política fiscal.

Hay que mantener la actual política monetaria, pero bajando impuestos y déficit para quitarle presión al BCRA, lo cual contribuirá a bajar la inflación, disminuir la pobreza, crecer y mejorar la distribución del ingreso. Por el contrario, sería un error intentar mejorar la coordinación con una suba de la meta de inflación porque implicaría deteriorar la calidad de la política monetaria, que está bien diseñada, en pos de la política fiscal que tiene diseño incorrecto. Con esta combinación de política fiscal y monetaria, se terminaría teniendo más inflación pero no más crecimiento, ni empleo.    

Además, un cambio de la meta de inflación reflejaría que el BCRA tiene detrás implícito el objetivo de nivel de actividad, lo cual reduciría la credibilidad y alimentaría las expectativas de inflación y la inflación. En este marco, las nuevas metas de inflación probablemente tampoco se cumplirían, deteriorándose aún más la credibilidad del Central. En consecuencia, todo el Programa Monetario 2017/2019 caería en “saco roto”, afectando en forma negativa la inversión privada, la productividad, el empleo, los salarios reales y el crecimiento económico.

¿Se puede cumplir la meta de inflación?

De acuerdo con nuestro análisis, hay chances que la meta de inflación se pueda cumplir. En este sentido, la meta de inflación se cumple si en el segundo semestre el aumento del nivel general del IPC INDEC se reduce 0,8%/0.9% promedio mensual en el segundo semestre 2017.



De acuerdo con nuestro análisis, hay chances que en la segunda mitad del año la inflación caiga a 0,7%/0,9% mensual y se termine cumpliendo la meta. ¿Por qué? Porque la política monetaria tarda entre 12 y 18 meses en tener impacto pleno sobre la inflación. En otros términos, los actuales guarismos inflacionarios siguen estando influenciados en parte por la política monetaria irresponsable de Vanoli. Por el contrario, en el segundo semestre el impacto sobre precios de la política de Vanoli desaparecerá, y la política del nuevo BCRA tendrá impacto pleno sobre precios, con lo cual la inflación tiene chances de bajar a niveles no observados desde 2004/2005.  

De hecho, la experiencia reciente avala nuestro análisis. En el segundo semestre 2016, en la medida que el impacto de la política monetaria de Vanoli comenzó a disminuir, la inflación empezó a ceder terreno cayendo del +4,1% (I SEM’16) al 1,7% (II SEM’16) promedio mensual según IPC Congreso. Es más, según IPC INDEC la inflación mensual cerró 2016 (+1,3%) y comenzó 2017 (+1,2%) en línea con el promedio mensual que se necesita para cumplir la meta 2017.

 En este marco, una vez pasado el ruido de los ajustes tarifarios del primer semestre y habiendo desaparecido por completo los efectos de la política monetaria de Vanoli,  hay chances que la política monetaria prudente del nuevo BCRA tenga efecto pleno y logre bajar la inflación a niveles acordes con el cumplimiento de la meta.  

El BCRA debe ahondar esfuerzos para bajar la inflación y cumplir la meta; y no le deberá temblar el pulso si tiene que subir nuevamente la tasa. Si así fuera, el PEN debe asegurar la independencia del BCRA. Es decir, el PEN debe garantizar que el BCRA no sólo elija libremente sus instrumentos de política monetaria, sino que sus movimientos de instrumentos (tasa, deuda, etc) sean irrevocables. Por el contrario, si la política avanza sobre el BCRA presionándolo para que baje la tasa o inyecte liquidez, los niveles de inflación serán mayores y la meta de inflación no se cumplirá.

En definitiva, el cumplimiento de la meta de inflación es la única ancla nominal que le queda a nuestra economía. Cumplir la meta de inflación sería positivo para mejorar la dinámica de las expectativas y las decisiones de inversión y consumo. En otras palabras, bajar la inflación (lo máximo posible) y cumplir la meta son las herramientas más reactivantes que tiene el Gobierno. No sólo eso, es la herramienta de política económica que más y mejor redistribuye (genuinamente) el ingreso en favor de los más vulnerables.

¿El Banco Central sale a comprar dólares para subir el tipo de cambio?

El BCRA anunció que comprará los dólares de las colocaciones de deuda con el propósito de acumular reservas. De hecho, el presidente del Central informó que la intención es aumentar el ratio reservas / PBI del 10% al 15% hasta dejarlo más próximo al nivel promedio de la región que ronda el 21%.  Según nuestro análisis, este anuncio del BCRA apunta principalmente a influir en las expectativas para ponerle un piso a la actualidad del dólar hoy. 

La compra de dólares y acumulación de reservas no son objetivos de política monetaria. Los objetivos de política económica tienen dos dimensiones, valor y tiempo. Por ejemplo, la meta de inflación es un objetivo porque se procura un 17% máximo de inflación en la medición interanual de diciembre. El ratio reservas / PBI del 15% no es un objetivo de política monetaria porque no hay un plazo de tiempo definido. No se sabe en qué período de tiempo el Central procura llegar a ese nivel. No es lo mismo en 6 meses, que de aquí a fines de 2019. No es el mismo PBI, no hay que comprar la misma cantidad de dólares, el tipo de cambio se modifica y ni la expansión monetaria, ni el esfuerzo esterilizador son los mismos. 

La compra de dólares y la acumulación de reservas tampoco significan que el BCRA salga a inflar al dólar y el tipo de cambio pase a ser objetivo de política monetaria, porque la autoridad monetaria puede comprar las divisas al tipo de cambio spot de mercado sin intentar determinar ninguna paridad cambiaria.

Está bien que el dólar no sea objetivo de política monetaria, porque implicaría pasar  de un régimen de metas de inflación puro con un único objetivo (inflación) a otro régimen de metas de inflación bi-dimensional con dos objetivos (inflación y tipo de cambio), lo cual puede minar la transparencia y la credibilidad del BCRA y su compromiso por bajar la inflación. En este sentido, el objetivo tipo de cambio tiene implícito detrás el objetivo nivel de actividad, que no es mostrado hacia el público. Este objetivo oculto aminora la credibilidad en el sistema de metas de inflación, las expectativas de inflación no bajan (o suben) y en consecuencia la inflación deja de bajar (o sube); y la meta no se cumple.



martes, 18 de abril de 2017

El tipo de Cambio es de equilibrio (nota publicada en Clarín el 16/04/2017)

https://www.clarin.com/ieco/economia/tipo-cambio-equilibrio_0_rJfttrpae.html

Se utiliza el concepto de “atraso” cambiario como sinónimo de desequilibrio, argumentando que el dólar está por debajo del nivel que debería “tener”. En este marco, se necesita saber cuál es el tipo de cambio de equilibrio para poder hablar de atraso. Con un ejemplo coloquial se entiende: un hombre que mide 168 cm es petiso porque mide 7 cm menos que el promedio (175 cm) de la población masculina.

La teoría económica tiene un solo instrumento para explicar la evolución del tipo de cambio en el largo plazo: la PPP (paridad del poder adquisitivo, Purchasing Power Parit en inglés) La PPP muestra la trayectoria de equilibrio temporal del tipo de cambio real en el largo plazo. De esta manera, la PPP brinda una medida del desequilibrio, mostrando cuán sobredepreciado (por arriba) o sobreapreciado (por abajo) está el tipo de cambio real (TCR) observado comparándolo contra la trayectoria del TCR de equilibrio de la PPP. En este marco, sólo cuando el TCR coincida con el tipo de cambio de equilibrio de PPP, la magnitud de la inflación (asumiendo 0% de inflación en EEUU) y de la devaluación coinciden. Si el TCR está sobredevaluado (sobreapreciado), la inflación será mayor (menor) que la devaluación.

De acuerdo con nuestras estimaciones y en línea con numerosos trabajos académicos, la PPP está validada empíricamente (“funciona”) para el caso argentino. Es más, el tipo de cambio de equilibrio de la PPP no es estable, sino que tiende a apreciarse en 1950/2017. Esta baja del tipo TCR de equilibrio de PPP está explicada por la teoría del crecimiento económico de largo plazo. Los países emergentes tienden a hacer el catch up (crecen más fuerte) de los países desarrollados, con lo cual generan retornos más elevados y atraen capital; y en consecuencia sus monedas se aprecian. Además, se abaratan los bienes en términos relativos y crece la demanda de dinero, incentivando la apreciación en el largo plazo.

Subas y bajas

En este marco, el TCR de equilibrio de la PPP es más bajo (apreciado) en 2017 que en de 2001; 1991; 1982 y 1975; respectivamente. Esta baja invalida la cuenta que la mayoría de los defensores del atraso cambiario hacen para legitimar su postura: está mal decir que el dólar está atrasado porque se encuentra en los mismos niveles que en 2001; 1982; etcétera. ¿Por qué está mal? Porque cambió bajando el TCR de equilibrio. Otro ejemplo coloquial inverso. Un hombre de 45 años y 168 cms. no está ni gordo ni flaco pesando 67kgs., porque 67kg es su peso de equilibrio. Por el contrario, a los 18 años estaba gordo con 67kgs., ya que su peso de equilibrio era 63kgs. El peso de equilibrio muta bajo ciertas condiciones (edad); lo mismo que un precio de equilibrio de mercado.

El hecho que la inflación le gane al dólar está mostrando que el actual (1,08) TCR observado está por arriba de su punto de equilibrio de PPP; y que el dólar no está atrasado. Por el contrario, en los ‘90s y a comienzos de los ‘80s, un TCR de 1,08 estaba sobreapreciado y debajo de su valor de equilibrio de PPP. Estimamos que la inflación le seguirá ganando al dólar, con lo cual el TCR probablemente descienda hasta 1,02 para fin de año.

En Argentina el dólar se abarata para que el TCR observado está (sobredepreciado) ajustando hacia su TCR de equilibrio de PPP de largo plazo, que es más bajo y está en línea con la región. De hecho, el ritmo de apreciación es prácticamente invariable en todo el período 2005/2017 y sólo se acelera luego de cada devaluación (2009/2014/ 2016), reafirmando que la apreciación del TCR observado tiene como “objetivo” converger hacia su equilibrio dinámico de PPP de largo plazo.

Por el contrario, la región tiene un dólar más barato que Argentina, ubicándose entre 0,6 y 0,85 (base 2001 = 1) hace 10 años. Hace una década que en la región el TCR observado se encuentra cerca de su equilibrio de PPP, y es por esto que en nuestros países vecinos los niveles de inflación y devaluación tienden a igualarse en el largo plazo (difieren sólo en el corto plazo). Puesto en otros términos, bajar la inflación a niveles “normales” exige como condición necesaria (no suficiente) que el BCRA no le ponga “piso” al dólar, y deje que el TCR observado converja hacia el TCR de equilibrio de PPP.

La anemia de crecimiento y la falta de competitividad no son un problema de TCR; y menos aún se solucionan devaluando. La competitividad es mucho más que el TCR. Los problemas de competitividad, crecimiento y empleo son producto de la mala política fiscal (gasto público récord, presión tributaria asfixiante y déficit fiscal infinanciable), las altas regulaciones y sus consecuencias (alto costo de capital y elevada inflación), que ahogan al sector privado, desincentivando sus decisiones de inversión y planes de expansión.

Sin embargo, sin cambios “de fondo” en la política fiscal y las regulaciones, el tipo de cambio terminará “saltando” para licuar los salarios en dólares (empobreciendo a la población) y compensar las otras variables que determinan la competitividad. Las recurrentes devaluaciones suceden cada vez que la mala política fiscal lleva el ahogo a un punto máximo (Rodrigazo, comienzos y fines de los ‘80s; 2001; 2014 y 2016). Sin corregir la política fiscal y sin bajar el acervo de regulaciones, volverá a pasar. El financiamiento externo posterga el salto del TCR. Si el gobierno comenzara a poner en práctica cambios fiscales y regulatorios de fondo, la competitividad y las expectativas comenzarían a mejorar, alejando la necesidad de corrección cambiaria. El campo es un ejemplo en este sentido. El tiempo no sobra.


Señor presidente: ¡banque al BCRA! (Nota publicada en Diario Perfil el 15/04/2017)

http://www.perfil.com/columnistas/senor-presidente-banque-al-bcra.phtml

Según el Indec (IPC CABA), la inflación de marzo fue 2,4% (2,9%), acumulando 6,3% (7,1%) en IT’17. La inflación promedio mensual ascendió a 2,1% (Indec) y 2,3% (CABA) en IT’17, lo que implica 27,7% y 31,6% en términos anualizados. En pocas palabras, la inflación observada está por “arriba” de la meta de inflación en todas sus mediciones (mensual, trimestral y anual).

En este marco y en línea con un esquema de metas de inflación, el Central subió la tasa de referencia 150 bps (de 24,75% a 26,25%). En un país “normal”, no habría críticas. ¿Por qué? Porque en el mundo “normal” se sabe que “la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno estrictamente monetario”; ergo, se reconoce que la política monetaria es la única herramienta idónea para combatir la inflación. 

Pero Argentina no es un país “normal”. Los datos muestran que entre 1942 y 2016, la emisión monetaria (174%) y la inflación (170%) crecieron al mismo promedio anual. En la hiperinflación de 1989, dicha igualdad se mantuvo (emisión al 5.169% e inflación al 4.923%), pero los economistas argentinos siguen negando el origen monetario de la inflación. En este contexto, no sorprende que la conducción del BCRA enfrente críticas sin sustento.   

Por estos días, muchos economistas sostienen (equivocadamente) que la política monetaria del BCRA debería relajarse. Esta visión está basada en la Curva de Phillips-Lipsey-Samuelson y Solow, que plantea que un poquito más de inflación fomenta la actividad y el empleo. Está mal. Este enfoque es válido cuando los agentes económicos no forman expectativas o se equivocan permanentemente al formularlas. Esto último pasó en 2005/2008; y Néstor Kirchner lo usufructuó. Pero aprendimos la lección y ahora formamos correctamente las expectativas; sean adaptativas (Friedman) o racionales (Lucas). 

Con expectativas correctas, un relajamiento de la política monetaria sólo genera más inflación, pero no impulsa ni la actividad ni el empleo. No es mi opinión, es teoría económica avalada por la evidencia. A partir de 2012 se abusó de este recurso, y la inflación trepó a 30% promedio anual, el PBI se estancó y el PBI per cápita se redujo 7% punta a punta.  
Este mismo grupo de economistas argumenta que la tasa de interés está alta y que el BCRA debe bajarla y sostener el tipo de cambio para apuntalar el crecimiento y fomentar la competitividad, respectivamente. Está mal. Primero, la tasa no está alta. La tasa de referencia (26,25%) no sólo coincide con la tasa de arbitraje (Lebac + Bonar 2019), sino que está entre 1,5 p.p. (27,7%) y 5,3 p.p. (31,6%) por debajo de la actual inflación anualizada. Segundo, la baja de tasa no reactivará la economía. La anemia de crecimiento no es un problema de tasa de interés, sino de “mala” política fiscal y déficit fiscal infinanciable. En 2012/2015 tuvimos tasa de interés real negativa, pero déficit fiscal en aumento (4p.p.), y el PBI per cápita cayó. Tercero, sostener el dólar engordaría el balance del BCRA (más reservas, base monetaria y deuda), dificultando la política des inflacionaria sin mejorar la competitividad. 
Como si todo lo anterior fuera poco, estos economistas adoradores de la Curva de Phillips-Lipsey-Samuelson y Solow sostienen que el BCRA debe subir su meta de inflación al 22%/25% anual para que haya coordinación con la política fiscal ultraexpansiva (SPN con déficit de 7,9% en 2017). Está mal. Están proponiendo mejorar la coordinación monetaria-fiscal con un deterioro de la política monetaria. El cambio debe ir en el sentido opuesto, mejorando la política fiscal, que es la madre de todos los problemas.

Además, un cambio de la meta de inflación reflejaría que el BCRA tiene detrás implícito el objetivo de nivel de actividad, lo cual reduciría la credibilidad y alimentaría las expectativas de inflación y la inflación. En este marco, las nuevas metas de inflación probablemente tampoco se cumplirían, deteriorándose aún más la credibilidad del Central. En consecuencia, todo el Programa Monetario 2017/2019 caería en “saco roto”, afectando en forma negativa la inversión privada, la productividad, el empleo, los salarios reales y el crecimiento económico. 

En definitiva, el cumplimiento de la meta de inflación es la única ancla nominal que le queda a nuestra economía. Cumplir la meta de inflación sería positivo para mejorar la dinámica de las expectativas y las decisiones de inversión y consumo. En otras palabras, bajar la inflación (lo máximo posible) y cumplir la meta son las herramientas más reactivantes que tiene el Gobierno. No sólo eso, es la herramienta de política económica que más y mejor redistribuye (genuinamente) el ingreso en favor de los más vulnerables.

En este marco, pensamos que el BCRA debe ahondar esfuerzos para bajar la inflación y cumplir la meta. En este sentido, al BCRA no le deberá temblar el pulso si tiene que subir nuevamente la tasa. Es probable que tenga que hacerlo en la próxima reunión. Si así fuera, el PEN debe asegurar la independencia del BCRA. 

Con un BCRA enfocado y un PEN asegurando su independencia (crucial), hay chances (no certezas) de que la inflación caiga a 1%/0,8% mensual en el segundo semestre. No será fácil, pero tampoco imposible. Aunque Cambiemos es cambiar las actuales metas fiscales, volviéndolas más agresivas. 
El BCRA se puede arreglar “sólo” en 2017, pero no en 2018/2019. Sin cambios de metas fiscales, el BCRA no puede hacer magia en 2018/2019. 

viernes, 7 de abril de 2017

NO HAY ATRASO CAMBIARIO, PERO ES LA “HISTORIA DE SIEMPRE”

¿Hay atraso Cambiario?

Se utiliza el concepto de “atraso” cambiario como sinónimo de desequilibrio, argumentando que el tipo de cambio está por debajo del nivel que debería “tener”. Por consiguiente, el concepto de atraso cambiario exige no sólo conocer el tipo de cambio de equilibrio, sino también saber por cuánto dicho valor de equilibrio supera al tipo de cambio real (TCR) observado. Con un ejemplo coloquial se entiende fácilmente. Un hombre que mide 168 cm es petiso, porque mide 7 cm menos que el promedio (175 cm) de la población masculina.

La teoría económica ha desarrollado el concepto de PPP para explicar y establecer la dinámica del tipo de cambio de equilibrio. La PPP muestra la trayectoria de equilibrio temporal de la competitividad del tipo de cambio. En este sentido, el tipo de cambio real observado estará en equilibrio sólo si coincide con el tipo de cambio de PPP. Y justamente, este es lo atractivo de la PPP: brinda una medida abstracta del desequilibrio del TCR, mostrando cuan sobredepreciado (por arriba) o sobreapreciado (por abajo) está. 

En este marco, sólo cuando el TCR coincida con el tipo de cambio de equilibrio de PPP, la magnitud de la inflación (asumiendo 0% de inflación en EEUU) y de la devaluación coincidirán. Por el contrario, si el TCR observado está sobredevaluado (sobreapreciado), la inflación será mayor (menor) que la devaluación.

En E&R hemos estimado y corroborado la validez de la PPP (peso/dólar) para 1950/2017. De acuerdo con nuestras estimaciones, el tipo de cambio de equilibrio de la PPP no es estable, sino que tiende a apreciarse con el paso de los años y décadas. En otras palabras, el tipo de cambio de equilibrio de la PPP es un dólar cada vez más barato. Este cambio del tipo de cambio de equilibrio no debería sorprender porque, después de todo, también es un precio de mercado; y como todo precio de mercado refleja circunstancias específicas e irrepetibles sujetas a mutación permanente. Es decir, la modificación del tipo de cambio de equilibrio es la regla, no la excepción.

La apreciación del tipo de cambio real de equilibrio de PPP de los países emergentes con respecto a los desarrollados está explicada por la teoría del crecimiento económico. Los países emergentes tienden a hacer el catch up (crecen más fuerte) de los países desarrollados, con lo cual generan retornos más elevados y atraen capital, apreciando sus monedas.

En este marco, el TCR de equilibrio de la PPP en 2017 es más bajo (apreciado) que en de 2001; 1991; 1982 y 1975; respectivamente. Este abaratamiento del dólar de equilibrio invalida la cuenta que hacen la mayoría de los defensores del atraso cambiario para legitimar su postura: está mal decir que el dólar está atrasado porque se encuentra en los mismos niveles que en 2001; 1982; etc. Se está comparando peras con manzanas.

Este cambio de la relación entre el TCR observado y su valor de equilibrio no debe sorprender. Se entiende con un ejemplo (a la inversa) coloquial. Un hombre de 45 años y 168 cm no está ni gordo ni flaco pesando 67kg, ya que 67kg es su peso de equilibrio. Por el contrario, a los 18 años estaba gordo con 67kg, ya que su peso de equilibrio era 63kg. Sin embargo, cuando tenga 70 años estará flaco con 67kg, ya que su peso de equilibrio será mayor (70kg). El peso de equilibrio muta dada ciertas condiciones (edad); lo mismo que un precio de equilibrio de mercado.



El hecho que la inflación le gane al dólar está mostrando que el TCR observado está por arriba de su punto de equilibrio de PPP; y que el dólar no está atrasado.  En números, actualmente el TCR está en 1,08 y la inflación le gana al dólar, lo cual muestra que su punto de equilibrio de PPP está más abajo. De acuerdo con nuestras estimaciones, la inflación le seguirá ganando al dólar, y el TCR muy probablemente seguirá descendiendo hasta 1,02 hacia fin de año. Por el contrario, en los ‘90s y a comienzos de los ‘80s, un TCR de 1,08 estaba sobreapreciado porque estaba por debajo de su valor de equilibrio de PPP (ver gráfico 1).  

La inflación supera la devaluación para que el TCR ajuste hacia su equilibrio de PPP de largo plazo, que es más bajo y está en línea con la región. De hecho, la región tiene un dólar mucho más barato que Argentina. El TCR (base 2001=1) de la región se ubica, en promedio, entre 0,6 y 0,85 hace 10 años, lo cual muestra que el TCR de la región fluctúa en torno a su equilibrio de PPP de largo plazo hace una década. Y dado que en la región el TCR está en equilibrio, los niveles de devaluación e inflación tienden a igualarse en el largo plazo.  En este contexto, se entiende que el fenómeno de la apreciación cambiaria argentina no se fundamenta en aspectos coyunturales como el endeudamiento y/o el blanqueo. De hecho, en 2011/2013 y 2014/2015 no hubo ni deuda ni blanqueo; y el TCR se apreciaba a un ritmo similar. Tampoco se explica por el déficit fiscal y sus mecanismos de financiamiento, ya que en 2004/2007 no hubo déficit y el ritmo de apreciación fue similar.



Tipo de Cambio, Competitividad y Crecimiento

¿Por qué los países de la región pueden crecer con un TCR más bajo y Argentina no? Los otros países de la región crecen con un TCR más bajo porque son más competitivos que Argentina. ¿Y por qué son más competitivos aún con un TCR real más bajo? El TCR no es una buena medida de la competitividad. La competitividad es “mucho más” que el TCR. De hecho, la competitividad es la capacidad de hacer negocios y ganar dinero, por ende, no depende únicamente del TCR, sino que también es función de: relación gasto público-PBI, presión tributaria, costo de capital (tasa de interés), condiciones monetarias relativas (emisión e inflación) entre países y términos de intercambio. También de la relación salario-productividad del trabajo, de la economía de escala y de las expectativas (inflación y devaluación).

Todas estas variables que determinan la competitividad están significativamente peor cuando se compara Argentina con el resto de la región. Argentina tiene mayor ratio gasto público-pbi (+14p.p. del PBI) y más elevada presión tributaria (+10p.p.) que sus países vecinos. Paralelamente, presenta mayor déficit fiscal, lo cual se traduce en mayor inflación (cinco veces) y costo de capital (tres veces). A su vez, las regulaciones y trabas también son mayores que en el promedio de la región. Este combo genera peores expectativas que en el resto de la región, desincentivando la expansión de la frontera de posibilidades de producción, ergo la inversión, la mejora de la productividad y la creación de nuevos puestos de trabajo. Por ende, sin mejoras de la productividad y sin aumento de la demanda en el mercado laboral, no puede haber un aumento sustentable del poder adquisitivo del salario que traccione permanentemente al consumo.



En este marco, sin señales claras que muestren que se empieza a corregir todas estas variables (gasto público / PBI; presión tributaria; déficit fiscal; regulaciones; etc.) que atentan contra la competitividad “de verdad”, la economía argentina no retornaría a un sendero sustentable y permanente de crecimiento. La esfera fiscal y las regulaciones son las principales causantes de la falta de competitividad y ausencia de crecimiento. Sin una baja de la presión y del déficit fiscal, y sin una reducción de las regulaciones, el costo de capital y la inflación continuarán siendo elevados. Es decir, sin cambios fiscales de fondo y sin una relajación de las regulaciones, el sector privado permanecería ahogado y sin invertir; con lo cual el crecimiento y la generación de empleo sustentable y permanente seguirían siendo una quimera.

¿Se devaluará y se arreglarán los problemas?

La falta de competitividad y la ausencia de crecimiento no son un problema resultante del TCR por ende, no se solucionan devaluando. Los problemas de competitividad, crecimiento y empleo son producto de la mala política fiscal (gasto público récord, presión tributaria asfixiante y déficit fiscal infinanciable), las altas regulaciones y sus consecuencias (alto costo de capital y elevada inflación) que atentan contra el sector privado y sus decisiones de inversión. Al poner la competitividad en término de todas estas otras variables, está más que claro que la pésima política fiscal es la principal responsable de nuestra creciente pobreza y pérdida de bienestar.   
Sin embargo, dado que la política fiscal y las regulaciones “no se tocan”, el tipo de cambio termina siendo la válvula de escape que intenta compensar (sin éxito) el impacto negativo de las otras variables sobre la competitividad. Sin cambios “de fondo” en la política fiscal y sin una disminución de las regulaciones, tarde o temprano el tipo de cambio termina “saltando” para licuar los salarios en dólares (empobreciendo a gran parte de la población) y compensar los restantes desequilibrios.

Esta dinámica de fuerte devaluación no es recurrente, y siempre se da cuando la mala política fiscal lleva al sector privado hacia un punto máximo de ahogo. Pasó en el Rodrigazo, a comienzos y fines de los ‘80s y a la salida de la Convertibilidad. También sucedió en 2014 y 2016. Y si se sigue sin corregir las causas del problema, volverá a pasar. De acuerdo con nuestras estimaciones, el TCR (base 2001 = 1) seguiría apreciándose bajando hasta 1,02 hacia fin de año, nivel similar (más bajo) que antes de la devaluación de fines de 2015 (comienzos de 2014).

El financiamiento internacional contribuye a que se postergue el salto de la válvula devaluatoria. En este sentido, si el gobierno anunciase y comenzara a poner en práctica cambios fiscales y regulatorios de fondo, la competitividad y las expectativas comenzarían a mejorar alejando la necesidad de corrección cambiaria; y el endeudamiento serviría para financiar esa transición. El tiempo no sobra.