Los argentinos pensamos en dólares porque la
moneda norteamericana es el mejor mecanismo que hemos encontrado para proteger
nuestro poder adquisitivo y nuestro nivel de vida. Ahorramos y pensamos en
dólares solamente para protegernos de la inflación.
La historia prueba que la mente argentina está
dolarizada por culpa de la inflación. En el período 1935/1944 el BCRA fue
independiente del poder político y no emitió dinero “de más” para financiar el
exceso de gasto del sector público. La prueba de esa independencia política fue
que en esos diez años la autoridad monetaria tuvo un solo presidente (Enrique
Bosch), que sobrevivió a cuatro presidentes de la Nación (Justo, Ortíz, Castillo
y Farrel). En ese marco, la inflación promedió el 3.3% anual y la gente pensaba
en pesos; no en dólares.
Por el contrario, durante los 46 años entre 1944
a 1991, el BCRA tuvo 50 presidentes. El Central no tuvo independencia del poder
político de turno y la emisión monetaria se convirtió en la principal fuente de
financiamiento del exceso de gasto de todos los gobiernos de turno. Por lo
tanto, la inflación ascendió a un promedio anual de 236% durante el período, alcanzando un record
histórico de 4.924% y 1.344% en 1989 y 1990 respectivamente. En todos esos años
el BCRA (obligado por un Estado que gastaba de más) emitió mucho más pesos que
lo que los argentinos queríamos, obligándonos a vivir constantemente con alta
inflación, lo cual nos impidió pensar y sobre todo ahorrar en pesos. En ese
escenario "pedirle a un argentino que pensara en pesos y no en dólares era
como pedirle a alguien que estaba viendo su casa arder en fuego que no
intentara sacar a sus hijos de las llamas".
Justamente, en ese marco de hiperinflación de 1991,
el pueblo argentino obligó a los gobernantes de turno a establecer una Convertibilidad
con el dólar. ¿Por qué? Porque el pueblo demandaba bajar sí o sí la inflación.
Y lo primero que había que hacer para bajar la inflación era que la gente quisiera
los pesos emitidos por el BCRA; lo cual sólo se podía lograr asegurando que
detrás de cada peso había un dólar que se podía ir a buscar cuando se quisiera.
La Convertibilidad cayó dejando “deudas” en la
esfera real de la economía, pero permitió que nuestro país no tuviera inflación
durante diez años, venciendo la memoria inflacionaria. La primera
administración K recibió una Argentina sin inflación, que ascendió a 3.7% y
6.1% anual en 2003 y 2004; respectivamente. Además, había recibido un Banco
Central que había recuperado el manejo de la política monetaria: el más potente
y adecuado instrumento para manejar el tipo de cambio, defender el valor de la
moneda, mantener “bajo raya” la inflación y asegurar un crecimiento sustentable
de largo plazo. En otras palabras, en 2003 / 2004 estaba todo servido para que
los argentinos volviéramos a ahorrar en pesos y “dejáramos de pensar en
dólares”.
¿Qué debería haber hecho el gobierno en aquel
entonces? Nada raro. Simplemente lo que hacen nuestros países vecinos (Brasil;
Chile; Uruguay; Perú), que creen en las enseñanzas de la teoría económica y
respetan la evidencia empírica e histórica, que muestran que una inflación
sostenida atenta contra el ahorro en moneda doméstico, afectando negativamente
la posibilidad de crecer sustentablemente en el largo plazo.
En estos países vecinos cuando la inflación
muestra atisbos de comenzar a desbordarse, sus bancos centrales no titubean en
subir la tasa de interés, disminuir el ritmo de crecimiento del dinero o dejar
apreciar su tipo de cambio nominal ante la entrada de capitales desde el
exterior. Paralelamente, sus sectores públicos suelen moderar la tasa de
crecimiento del gasto primario.
Esta estrategia de moderar voluntariamente la
tasa de crecimiento para bajar la inflación, que implica actuar de manera
preventiva e ir por delante de los acontecimientos, tiene un costo presente (crecer
un poco menos) y un beneficio futuro. Es como una política de inversión, que
debe ser aplicada constantemente y sus frutos se recogen sólo en el largo
plazo. Sin embargo, este beneficio futuro supera holgadamente al costo presente.
Argentina vino aplicando la política opuesta
desde 2003 hasta la actualidad. En nuestro país se eligió maximizar “a toda
costa” la tasa de crecimiento presente sin prestar atención a su contrapartida
inflacionaria, lo cual terminó abortando la capacidad de crecimiento de largo
plazo. La política fiscal siempre fue excesivamente expansiva, poniendo presión
cada vez mayor sobre el BCRA, que se ve obligado a emitir cantidades crecientes
de pesos que la gente “ya no quiere”. Este exceso de oferta de pesos genera
inflación creciente que, si bien el gobierno intenta esconder, lleva a
dolarizar el ahorro, estimula la fuga de capitales y atenta contra la capacidad
de crecimiento de largo plazo. En pocas palabras, la administración K con su
política económica estimuló la dolarización de la mente de los argentinos durante
los últimos años.
¿Estamos a
tiempo de revertir la situación? Sí, sólo tenemos que hacer lo que hacen en los
países vecinos. Hay que bajar la tasa de crecimiento del gasto público y emitir
muchos menos pesos para bajar la inflación. Es el momento de hacerlo porque la
economía ya está creciendo muy poco. Bajar la inflación no va tener costo en
materia de crecimiento. Con menos gasto público y menos pesos dando vuelta,
bajará la inflación y se crecerá al mismo ritmo que ahora, pero se podrá crecer
más en el futuro. Sin inflación la gente va a apostar al peso, que es lo
importante. Si la gente apuesta al peso, no va ir al dólar. Y el tipo de cambio
no importará, podrá subir o bajar y a los argentinos no le importará….como en
Brasil.
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