La actual estanflación (cumple cuatro años) era el resultado obvio de la política económica K, que durante el período 2005-2015 fue siempre inconsistente tanto en lo fiscal (keynesiana expansiva) y monetario (estructuralista) como en lo cambiario y en la política de ingresos. Los números son contundentes en este sentido. La expansión promedio del PBI se fue agotando sostenidamente y sin pausa: 7% (2004-2007), 4% (2008-2011) y 0% (2012-2015).
Sin embargo, no es casualidad que la estanflación coincida con el establecimiento del cepo al dólar. El cepo conduce a la estanflación porque, al fijar el precio del dólar por debajo de su equilibrio, convalida y perpetúa el exceso de demanda en el mercado cambiario, lo cual implica que en el resto de todos los mercados de la economía haya exceso de oferta. En el mercado de bonos, los activos cotizan bajo y sube la tasa de interés, mientras que en el mercado de dinero hay exceso de oferta que genera elevada inflación. Por otra parte, en la economía real cae el PBI per cápita y se destruye empleo privado, lo cual impacta negativamente en los salarios reales y genera un círculo de retroalimentación negativo.
En este marco de estancamiento económico y elevada inflación (estanflación), el tipo de cambio vuelve al centro de la discusión económica. El argumento es que la economía no puede producir, exportar, ni generar (mantener) puestos de trabajo porque se quedó sin competitividad debido al atraso cambiario, lo cual se potencia con el actual contexto internacional y regional, que afecta negativamente el valor de nuestras exportaciones. En el mundo el dólar se fortalece y el precio de los commodities (soja) baja. Los países de la región devalúan -Argentina aprecia- y demandan menos cantidades de exportaciones argentinas.
La comparación con Brasil potencia el argumento de la pérdida de competitividad por atraso cambiario. El tipo de cambio real bilateral Argentina-Brasil se apreció un 50 % desde el 2011 a la actualidad (de 2,55 a 1,22). Este fenómeno se debe en un 78 % al abaratamiento de Brasil en dólares y en un 22 % al encarecimiento de Argentina en esa moneda.
Sin embargo, es un error pensar que la competitividad es solo tipo de cambio. La competitividad no depende únicamente del tipo de cambio, sino también de la relación gasto público-PBI, de la presión tributaria, del costo de capital (tasa de interés) y de las condiciones monetarias relativas (emisión e inflación) entre países.
A un determinado tipo de cambio, la competitividad es menor cuanto mayor sea la presión tributaria, el costo del capital y la inflación. ¿Por qué? Porque ese determinado tipo de cambio le rinde menos al sector privado, que tiene que pagar más impuestos, tasa de interés e impuesto inflacionario. Y si se tiene en cuenta que los impuestos, la deuda y la inflación son las tres únicas fuentes de financiamiento del Estado, se entiende que a un tipo de cambio dado, el sector privado de una economía es menos competitivo cuanto mayor sea el peso del Estado.
Así, se entiende que los problemas de competitividad no se deben únicamente al tipo de cambio y no se corregirán solo devaluando. Por el contrario, si únicamente se devaluara, sin actuar sobre el gasto, los impuestos y el costo de capital, el aumento del dólar se trasladaría rápidamente a precios y en pocos meses la competitividad del tipo de cambio terminaría en el mismo lugar. Para peor, la devaluación la pagarían los sectores sociales más vulnerables.
El tipo de cambio real (TCR) de Argentina (línea roja en el gráfico) cae sostenidamente siempre a la misma velocidad promedio entre 2005 y 2015. Sin embargo, cuando se devalúa (2009 y 2014), la apreciación se acelera y pone en evidencia dos fenómenos: uno de corto y otro de largo plazo.
En el corto plazo se observa que las devaluaciones fuertes son seguidas por una fuerte y rápida traslación a precios. En el largo plazo, se observa que el tipo de cambio real de Argentina se aprecia sostenidamente en busca de su valor de equilibrio de largo plazo, que es más apreciado que el actual.
El contexto regional también deja en claro ambos fenómenos. Por un lado, que el desequilibrio del peso todavía no se ha limpiado y por el otro, que el tipo de cambio real de equilibrio de Argentina es más bajo que el actual y, por ende, el peso seguirá apreciándose. El tipo de cambio real de Argentina es 0,99, mientras que el promedio de la región es 0,82. A fin de 2015, si la región sigue devaluando y Argentina continúa con su actual política cambiaria, la brecha continuaría cerrándose: el tipo de cambio real de Argentina sería 0,94 y el de la región 0,88.
En pocas palabras, el tipo de cambio real de Argentina se aprecia para converger hacia su valor de equilibrio de largo plazo, que es más bajo que el actual y se encuentra alineado con los tipos de cambio de los países de la región.
En este punto dos preguntas relevantes emergen. Si el tipo de cambio real de equilibrio de Argentina es más apreciado que el actual, ¿por qué hay presiones devaluacionistas? Segundo, ¿por qué los restantes países de la región (salvo Brasil) pueden crecer con tipos de cambio reales más apreciados que el nuestro y Argentina no crece?
La respuesta a la primera pregunta es que Argentina enfrenta actualmente un problema de equilibrios múltiples donde, en el corto plazo y con un escenario de políticas macro inconsistentes, falta de credibilidad y cepo cambiario, el peso se deprecia y el tipo de cambio real sube; mientras que en el largo plazo, con políticas normales y confianza, la moneda se fortalece y el tipo de cambio real cae.
Los países de la región crecen porque los sectores privados de Chile, Perú, Colombia y Uruguay son más competitivos que el de Argentina, aun con un TCR más apreciado, ya que pagan menos impuestos, poseen más bajo costo del capital (tasa de interés) y enfrentan mejores condiciones monetarias relativas (menos emisión y menos inflación). Estos cuatro países tienen en promedio un ratio gasto público/PBI (27,2 %) y una presión tributaria (25,5 %) 12,6 y 9,8 puntos porcentuales más baja que Argentina, respectivamente. Paralelamente, enfrentan en promedio un costo de capital (4,24 %) de menos de la mitad que Argentina (10,6 %). También tienen mejores condiciones monetarias relativas que Argentina. En dichas economías la oferta monetaria (M2) crece al 7,9 %, mientras que la inflación asciende al 5,3 % promedio anual, respectivamente. Del otro lado, Brasil es el único que no crece y el que más devalúa porque se argentinizó. Brasil es el país con más gasto público y presión tributaria de la región, con lo cual su sector privado también está ahogado y sin competitividad.
En pocas palabras, debemos conseguir competitividad en serio para nuestro sector privado y para lograrlo es necesario bajar el peso del gasto, la presión tributaria, el riesgo país (costo de capital) y aplicar política monetaria normal y antiinflacionaria. Además, no hay competitividad posible con cepo cambiario. El sector privado de la economía argentina no puede ser competitivo si no se levanta el cepo. Para ello, resulta clave que previo al levantamiento del cepo se absorba el sobrante de pesos, de manera que su apertura no genere un importante salto del tipo de cambio, que rápidamente se trasladaría a precios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario