Cambiemos recibió una economía en
crisis. Dos datos lo resumen inexorablemente: en 2011/2015 la riqueza económica
(medida por el PBI p/cápita) cayó -5,0% y la inflación promedió +30% anual.
Algunos critican que el Gobierno no explicó la “herencia recibida”. ¿Por qué no
lo habrá hecho? Simple. No se puede
explicar lo que no se entendió.
Para Cambiemos el tamaño del
Estado, el nivel de gasto público y la presión tributaria no eran la causa de
la falta de inversión, empleo, crecimiento y de la inflación. Para Cambiemos
“todo” era “culpa” del discurso anti-mercado y anti-empresa de CFK. Por el
contrario, todo se corregía con shock de confianza y la consecuente lluvia de
inversiones, lo cual permitía arreglar todos los problemas creciendo. En este
marco, queda claro que Cambiemos tuvo un diagnóstico equivocado y, en
consecuencia, el diseño de la política económica fue malo y los resultados
peores.
Este mal diagnóstico hizo que
Cambiemos sólo tuviera plan político y nunca plan económico. El plan era que la
economía se acomodara a las necesidades políticas. ¿Pruebas? Habiendo recibido
un déficit fiscal (previsional) de 5,8% (2,8%) del PBI, el gasto previsional
(Ley de reparación histórica a jubilados) y las metas de déficit fiscal fueron
ampliados “pensando” en las elecciones 2017. En diciembre 2017, luego de ganar
dichas elecciones y pensando en las presidenciales 2019, se hizo lo contrario
cuando se pisó la fórmula de las jubilaciones para financiar el proyecto reelectoral
de Vidal en PBA. No terminó ahí, Jefatura de Gabinete cambió las metas de
inflación para bajar la tasa de interés e intentar incentivar el nivel de
actividad pensando en las elecciones 2019.
Ante tanto desatino en materia de
política económica, la macro no tardó en imponer su propia dinámica y “reglas”.
En cinco meses el dólar subió +45% y el BCRA perdió -usd10.000 MM. La inflación
anualizada saltó a más del +30%, la tasa de interés la querían en 20% pero subió
a 40% y los números de actividad van derechito hacia 0% y las variaciones negativas.
La economía se “cargó” a la política y
se llevó “puesto” al gradualismo de Cambiemos.
En este marco, el gobierno tuvo
que acudir al prestamista de última instancia (FMI) y ahora tiene que hacer lo que nunca quiso hacer en estos dos años y
medio: poner la economía por sobre la política haciendo el ajuste fiscal y
cambiando la política monetaria. No hay margen.
No haber hecho lo que se debía hacer (ajuste fiscal) en el momento que
se tenía que hacer (2016) tuvo costos.
O sea, hacer tarde y a los “apurones” lo que se debería haber hecho
antes y “bien”, no conlleva a los mismos resultados, sino a peores.
Puntualmente, el ajuste fiscal era
expansivo en 2016, pero ahora es recesivo en 2018; aunque no queda “otra” que
hacerlo.
En 2016 el ajuste fiscal era
expansivo porque si se lo hacía “bien”, la baja del gasto y del déficit fiscal
terminaba siendo más que compensada por incrementos de la inversión, que
potenciaban tanto la demanda como la oferta agregada sacándonos de la
estanflación. Por el contrario, en 2018 el ajuste fiscal es recesivo, porque la
baja del gasto y del déficit no es acompañada por más inversión, y en
consecuencia el nivel de actividad termina contrayéndose.
Sin embargo, aunque el ajuste fiscal sea recesivo, al gobierno no le queda otra que
ajustar. Es más, aun siendo
recesivo, el ajuste fiscal es la mejor alternativa para el gobierno. Si la política económica no ajusta, las dinámicas
macroeconómicas ajustarán, y el resultado será peor. Cambiando las políticas y
haciendo lo que hay que hacer, tendremos alta inflación y estancamiento por
algún tiempo. Por el contrario, sin hacer lo que hay que hacer, tendremos más
inflación y peor nivel de actividad por más tiempo aún. En pocas palabras, no hay peor escenario que no ajustar y
dejar que ajuste el mercado.
El
gobierno tiene que entender que ajustando se abren dos escenarios: 1) puede
perder las elecciones, pero mejora los fundamentos de la macroeconomía y 2) si es
reelecto, su segundo mandato puede ser mejor que el primero. Por el contrario,
si no ajusta o lo hace insuficientemente, también emergen dos escenarios: 3)
enfrentará un año y medio mucho más difícil hasta terminar su gobierno y 4) si
(aún) fuera reelecto, se verá obligado a hacer un ajuste mayor y más doloroso
más adelante en el tiempo.
Claramente, la mejor opción es diseñar un ajuste
fiscal y monetario que nos pueda conducir hacia los escenarios 1 y 2. Un
ajuste fiscal basado en la reducción de
los gastos de la administración nacional es insuficiente. El recorte de
choferes, pasajes en “business”, viáticos, el congelamiento de los nombramientos,
el “ordenamiento” salarial y la auditoria de la Biblioteca del Congreso son
señales en el sentido correcto, pero no pueden transformarse en los pilares del
ajuste fiscal. Se necesita un ajuste fiscal con pilares más sólidos y
voluminosos.
El PEN debería encarar una reforma del Estado
suprimiendo ministerios, secretarías y subsecretarías. De acuerdo con nuestra visión, una importante reducción del organigrama y el cambio de funcionarios jugarían
a favor de la credibilidad y la gestión del ajuste. Por el contrario, si el ajuste fiscal es diseñado, coordinado
y aplicado por quienes nunca creyeron en él, su credibilidad será débil y el
fracaso está a la vuelta de la “esquina”.
El nuevo programa fiscal debe presentar metas
de equilibrio fiscal primario (0% del PBI) en 2018 y 2019. ¿Cómo lograrlo? Recortando conjuntamente las transferencias
a provincias (1,1% del PBI); la obra pública (2% del PBI), los subsidios económicos
(2,2% del PBI) y el organigrama del PEN. En este sentido, hay que recordar que
el sector público nacional tiene un gasto salarial de 3,2% del PBI y el PEN
tiene el 85% de la planta total de empleados.
Un
programa fiscal basado en metas de equilibrio primario tiene tres activos
fundamentales. Primero y principal, mejora sustancialmente la capacidad de
repago de nuestra política fiscal, devolviéndonos la chance de financiarnos en
el mercado voluntario de deuda. Segundo, baja nuestras necesidades de
financiamiento en forma importante, permitiendo cerrar el programa financiero
2018/2019. Tercero, permite bajar el
riesgo país, compensando la futura suba de la tasa libre de riesgo de manera
que no suba el costo financiero total.
La política monetaria también debe cambiar. El primer paso parece haberse dado en el sentido correcto: se
le devolvió la independencia al BCRA. Sin
embargo, es sólo el primer paso de
una larga carrera contrarreloj. Se
necesita una política monetaria dura para minimizar y postergar la traslación a
precios de la devaluación. En este sentido, habría que virar hacia un sistema de metas de agregados prohibiéndose
la asistencia al Tesoro y la compra de dólares al Tesoro. Paralelamente, habría que desarmar la bomba de las LEBACs
con un canje voluntario por bonos largos del Tesoro. En un marco de
expectativas racionales, las LEBACs son una promesa de emisión futura (cuasi
fiscal) que alimenta las expectativas de inflación y consecuentemente la
inflación.
En
síntesis, hay que tomar todas estas medidas “juntas” y rápido. Es una
inversión. Costos en el presente para recoger “frutos” en el futuro. Es el precio
de no haber hecho lo que se tenía que hacer. La platea hace lo que tiene que
hacer: proveer análisis riguroso y ofrecer alternativas a quien quiera
escuchar.
Como eliminas los subsidios económicos?
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