De acuerdo con nuestro ISAE E&R,
en marzo’14 el nivel de actividad global registró una caída de -1.0%.
Paralelamente, acumula una caída de -3.0% entre septiembre`13 y marzo`14. La
mayoría de los números dan “para abajo”. Hasta el consumo se contrae. Según
INDEC, en marzo’14 las ventas en supermercados y centros de compras cayeron un -2%
y -6%; respectivamente. En este escenario, proyectamos una caída del PBI de -1.8%
para 2014. Paralelamente, estimamos una inflación promedio de 40%. Sin embargo,
podría crecer hasta 51.7% interanual en diciembre’14 dependiendo de lo que haga
el gobierno en materia monetaria y cambiaria. En pocas palabras, Argentina está inmersa en un proceso estanflacionario.
Hace años que Argentina enfrenta un deterioro de su tasa de
crecimiento que se reduce de 8.3% (2003/2008) a 1.8% (2009/2014). Paralelamente, la inflación se
incrementa de 3.7% (2003) a 51.7% (2014). No es nuevo. Sólo basta recordar que
la inflación se duplicó en los primeros tres años de Néstor Kirchner, pasando
de 3.7% (2003),a 6.1% (2004) y 12.3% (2005). Punta a punta, en el gobierno K se
multiplicó por 10 entre 2003 (3.7%) y 2013 (31.0%). La inflación sostenida y creciente es la causante del crecimiento anémico
y de la pérdida de empleo. En pocas
palabras, el gobierno K es 100%
responsable de la actual estanflación.
¿Cómo nos condujeron hasta una
estanflación? Aplicando políticas que ignoran la teoría económica y la
evidencia empírica internacional. Adoptando medidas que priorizan sólo los
resultados de corto plazo (ganan elecciones) y minimizan el crecimiento
sostenido en el largo plazo. La teoría económica y la evidencia empírica son
concluyentes: las políticas fiscales y monetarias expansivas que generan
crecimiento (vía mayor consumo y demanda) a cambio de mayor inflación son efectivas
sólo en el corto plazo. Sus efectos
positivos duran mientras los agentes económicos prevemos erróneamente la
inflación (2003/2008). Una vez que modificamos nuestras expectativas y prevemos
correctamente la inflación, la tasa de crecimiento se reduce, el desempleo aumenta
y sólo “queda” una mayor inflación (2009/2014).
En el campo teórico, Milton Friedman
(premio Nobel 1976) mostró este efecto con su modelo de expectativas
adaptativas y su teoría monetarista de la inflación. Más tarde, Robert Lucas
(premio Nobel 1995) mostró que si las expectativas de los agentes son
racionales (no adaptativas), la política monetaria expansiva (financiadora d
déficit fiscal) es sólo inflacionaria y no genera crecimiento. Ambas escuelas postulan
que es necesario mantener bajos niveles de inflación para poder crecer
sostenidamente en el largo plazo. Ambos autores recomiendan políticas
monetarias prudentes para prevenir la inflación y facilitar el crecimiento de
largo plazo. Los datos empíricos avalan sus recomendaciones.
Todos los países han aprendido la
lección y no dudan que la política monetaria prudente, preventiva y
contracíclica es la herramienta más potente para prevenir la inflación y
generar las condiciones para crecer en el largo plazo. Hace décadas que la
inflación es un bien escaso en el mundo. Lo mismo sucede en la región. La
inflación anual de Perú (3.2%), Chile (3.5%), Bolivia (6.4%), Colombia (2.4%);
Paraguay (3.7%) y Brasil (6.3%) es la que hay en Argentina en 1 o 2 meses. Paralelamente,
entre 2009 y 2014 todos estos países más que duplicaron el crecimiento de
Argentina (1.8%): Brasil (3.1%); Chile (5.0%); Colombia (4.2%); Perú (6.5%) y
Paraguay (5.0%). No es casualidad.
Estos 10 últimos años deben dejar una
lección para Argentina. Las políticas económicas tienen que priorizar el largo plazo. El corto plazo debe estar subordinado al largo plazo, lo cual implica
que no hay que buscar atajos para crecer. Los atajos sólo generan crecimiento
efímero, que se esfuma y deja efectos negativos
para el largo plazo.
Primera lección: en el corto plazo hay que
bajar la inflación a un dígito para tener oportunidad de volver a crecer y
generar empleo sustentable en el largo plazo. En este sentido, hay que
abandonar la actual política fiscal desmedidamente expansiva, bajando el gasto
entre 5 y 7 p.p. del PBI para eliminar la dominancia fiscal (emisión para
financiar déficit) y poder aplicar una política monetaria prudente y preventiva
que consiga bajar genuinamente la inflación. ¿Por qué? Porque la inflación baja
sólo si antes se reducen las expectativas de inflación, que según la UTDT se
encuentran actualmente en torno al 38% anual.
Hoy en día las expectativas de inflación son
racionales y tienen en cuenta el frente fiscal, monetario y cambiario, por ende
bajarán sólo si se ataca el déficit fiscal, se reduce la emisión monetaria y
por ende se aplacan las expectativas de devaluación. Sin embargo, nada de esto está
sucediendo. No hay ajuste fiscal. Más allá de los esfuerzos del BCRA, la
dominancia fiscal aumentaría en 2014 y por ende las expectativas de inflación
serían crecientes. Mayores expectativas, más inflación. El tipo de cambio es un
precio más de la economía, por ende también subiría. En este sentido, el dólar
oficial cotiza en torno a $9.6 a fines de diciembre, lo cual implica una
devaluación anual en torno al 48%. En este escenario, ni la caída del nivel
de actividad contendrá a la inflación, cuya tendencia le ganará a la
devaluación. Tanto los datos de largo como de corto plazo lo confirman.
Entre 2008 y 2014 el tipo de cambio nominal pasó de 3 a 8 pesos por
dólar, pero el tipo de cambio real se apreció 27%. En el corto plazo se
verifica lo mismo: la inflación le gana a la devaluación. En julio próximo la
inflación se habría “comido” la devaluación de enero pasado. Es en este
punto en donde hay que entender que se tiende un puente entre el corto y largo
plazo.
Segunda lección: para que crecer en el largo
plazo no sólo hay que bajar la inflación, sino que hay que olvidarse de un modelo de
crecimiento basado en un tipo de cambio devaluado. El dólar caro, aquel
atajo hacia el crecimiento que suele adoptar Argentina, ya no está disponible.
Por sí sólo, el tipo de cambio real no brindará ni protección a la industria,
ni competitividad a los exportadores. Un buen ejemplo de esto último es lo que
sucede con el sector agropecuario exportador (soja, aceite de girasol, trigo,
maíz, carne y cuero).
Según nuestro índice ICOPESA E&R, que mide la
competitividad precio del sector agro exportador, a fin de año el sector
enfrentaría la misma competitividad precio que antes de la devaluación en
diciembre’13, ya que el aumento del tipo de cambio se habría trasladado en
forma completa hacia sus costos de producción.
En este marco, para crecer genuina y sostenidamente
en el futuro habría que construir alternativas para generar una mejora duradera
del tipo de cambio por medio de una reducción paulatina de la presión
tributaria.
En este sentido, habría que des andar el camino transitado entre 2008 (30.5%) y
2014 (42.3%), cuando la presión tributaria aumentó casi 12 p.p. del PBI y el
tipo de cambio real se apreció 27%. Sin lugar a duda, esto requerirá una
disminución adicional del gasto público nacional en el largo plazo. Tanto la reducción de la
inflación, como la disminución de la presión tributaria y del gasto público contribuirían
positivamente a la generación de ahorro, fuente de financiamiento de la
inversión. El próximo modelo de crecimiento deberá estar basado en el ahorro y
la inversión, no en el consumo. Seguramente habrá que esperar hasta el 2016.
Será parte de la agenda de la próxima administración. En este marco, lo mejor a
lo cual se puede aspirar es llegar de la forma más ordenada posible a diciembre
2015. Nada más.
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