por Javier Milei.
Durante los últimos 2.000 años, la tasa de crecimiento del producto interno bruto per-cápita ha crecido a una tasa promedio compuesta del 0,13% anual, lo cual implicó que el nivel de riqueza se multiplicara 12,9 veces. Sin embargo, este proceso de crecimiento no fue uniforme. Así, separando la evolución del PIB per-cápita entre el período que va desde el año 1 al 1.800 y los restantes 200 años, podemos observar que la tasa de crecimiento pasó del 0,02% al 1,1%. A su vez, mientras que el nivel de riqueza que durante el primer período creció un 40,8%, durante el segundo período creció un 817,7%. Puesto en otros términos, el producto per-cápita del segundo período se multiplicó 9,18 veces.
En cuanto al Siglo XX propiamente dicho, la tasa de crecimiento del ingreso por habitante fue del 1,57%, lo cual implicó una mejora del 378,1% respecto a lo logrado durante los diecinueve siglos anteriores. Esto es, pese a las dos guerras mundiales, la gran contracción del ‘29, el shock petrolero del ‘73, la enfermiza inflación de los ’70s y la estabilización de los ‘80s, en el último siglo, el mundo creció un 77% más que lo hecho en el resto del período bajo análisis. De hecho, durante la segunda mitad del siglo la economía mundial se expandió a un ritmo del 2,1% anual, por lo que el producto per-cápita se multiplicó por 2,8 veces (64% más que la primera mitad).
A su vez, durante la segunda mitad del Siglo XX, no sólo se ha acelerado la tasa de crecimiento, sino que además el mismo se ha mantenido por largos períodos de tiempo. Por ejemplo, tomado un piso de crecimiento del 7% per cápita, Botswana multiplicó su producto per-cápita por 18 veces en 45 años, China lo hizo por 13 en 44 años, Corea del Sur y Singapur lo hicieron por 12 en 41 y 33 años respectivamente, Japón y Taiwán multiplicaron sus ingresos 11 veces en 33 y 37 años, Hong Kong lo multiplicó por 10 en 37 años, Omán y Malta lo hicieron en 9 veces en 39 y 31 años, Malasia por 6 en 30 años e Indonesia por 5 en 31 años.
Por lo tanto, en función de los éxitos mencionados y de los que no han podido encaminarse en el proceso, uno debería preguntarse: ¿Cuáles son los elementos que separan los casos exitosos de los casos decepcionantes? En el intento de ofrecer una respuesta muy sintética a dicha pregunta, a continuación se describen una serie de hechos estilizados sobre el crecimiento.
En primer lugar, debemos destacar la importancia de los mercados libres y de los incentivos. El crecimiento requiere el uso de mercados que generen las señales de precios, procurando así el sistema de incentivos correctos que guíen la asignación de recursos. Al mismo tiempo, estimular el proceso de competencia genera incentivos dinámicos muy poderosos para reducir los costos y mejorar la calidad de los productos.
Naturalmente, este proceso de competencia y cambio, donde entran y salen empresas mientras la estructura económica cambia, dado que los ajustes en el mercado laboral pueden demandar mucho tiempo (el cual será mayor cuanto menor sean el nivel de educación y la flexibilidad del mercado laboral), es necesario proteger a los agentes durante la transición. Esto es, resulta clave generar los niveles de ingresos mínimos en los agentes como para tener acceso a los servicios básicos que permitan alcanzar un nivel de vida mínimo y evitar así daños permanentes, lo que a su vez, brindará sostenibilidad social al proceso de cambio.
En tercer lugar, altos niveles de ahorro e inversión han jugado un rol preponderante en todos los casos de fuerte crecimiento. El ahorro implica diferir el consumo presente hacia el futuro y su importancia radica en brindar financiamiento para la inversión. En cuanto a la inversión, ella es el mecanismo que hace realidad las ganancias de productividad derivadas de la transferencia de conocimiento y de la innovación tecnológica. Naturalmente, la contracara legal del proceso es un marco jurídico que respete los derechos de propiedad. En su defecto, el ahorro se fugará y la inversión no se realizará, generando así problemas con el nivel de actividad y estancamiento en el producto per-cápita de largo plazo.
En cuarto lugar, existe un rol por parte del sector en la provisión de bienes públicos como son la inversión en cierto tipo de infraestructura y el financiamiento de la educación. La experiencia de los países que han crecido durante varios años a tasas elevadas muestra niveles de inversión pública en infraestructura del orden del 5% al 7% del PIB, en especial, en aquellos sectores donde existen fuertes economías de escala (tamaño de la inversión respecto a la profundidad del mercado de capitales). Por otra parte, la educación juega un rol destacado en el proceso de crecimiento, donde no solo mejora las condiciones de vida de aquellos que se han educado, sino que además genera externalidades positivas sobre el resto de la economía. Sin embargo, dadas las imperfecciones en el mercado de capitales (imposibilidad de expropiación del colateral), el gobierno debería asegurar el financiamiento de los agentes, al tiempo que brinde un marco de libre competencia entre las casas de estudios (generando así un producto de alta calidad).
Por último, el diseño de la política económica, si bien hace al manejo de corto plazo, resulta de extremada importancia. Así, economías con baja inflación crecen 3 puntos porcentuales más que las inflacionarias. Los mercados paralelos le cuestan 2 puntos a la tasa de crecimiento. El déficit fiscal implica un lastre de 1,5 puntos, mientras que el cierre de la misma detrae otro 1,5 puntos (de hecho, las economías que siempre han sido abiertas muestran un producto per-cápita 9 veces superior a las que siempre han estado cerradas).
Por lo tanto, la evidencia empírica es clara y contundente. Un futuro mucho mejor es posible. Sin embargo, subirse a la convergencia requiere dejar de lado las anteojeras ideológicas que aferran a los hacedores de política económica al manual cortoplacista, para tomar un conjunto de políticas consistentes que no solo brinden un marco de estabilidad a corto plazo sino que además permitan el crecimiento de largo.
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